"Estos dos grandes descubrimientos: la concepción materialista de la historia y la revelación del secreto de la producción capitalista, mediante la plusvalía, se los debemos a Marx. Gracias a ellos, el socialismo se convierte en una ciencia, que sólo nos queda por desarrollar en todos sus detalles y concatenaciones." Federico Engels, Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico.

8.5.25

Para un concepto actualizado de Socialismo, según ChatGPT


Socialismo, trabajo y tecnologías emergentes: hacia una economía de mercado socializada
El pensamiento socialista ha mantenido desde sus orígenes una concepción profundamente ética del trabajo humano. A diferencia del capitalismo, que lo reduce a mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda, el socialismo parte del principio de que el trabajo es una actividad fundante del ser social, un medio a través del cual el individuo no sólo transforma el mundo sino que se realiza como ser humano. En esta concepción, el trabajo no es únicamente un medio de subsistencia, sino la base de la diferenciación social legítima. De allí la conocida máxima socialista: “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, expresión que resume el ideal de una distribución proporcional, meritocrática y justa en una sociedad aún en tránsito al comunismo [1].

I. Trabajo, justicia y parasitismo social
En este marco, el socialismo busca combatir una de las formas más persistentes de desigualdad: el parasitismo económico, es decir, la existencia de la burguesía y sobre todo la oligarquía, como clase y capa social que viven del trabajo ajeno, ya sea por la tenencia o herencia de la propiedad privada sobre los medios de producción, por rentas especulativas o por mecanismos institucionalizados de extracción de plusvalor. Esta crítica ha sido central tanto en los escritos de Karl Marx como en los desarrollos posteriores de Lenin, Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci [2]. La lucha contra el parasitismo no es sólo económica, sino moral: se trata de construir una sociedad donde toda persona tenga derecho al producto de su trabajo, en igualdad de condiciones para su desarrollo material y espiritual.

Esta aspiración no implica igualitarismo plano ni estatismo absoluto, sino una forma de justicia distributiva orientada al mérito y la necesidad social. Como señaló Ernesto “Che” Guevara, “el trabajo voluntario, creativo y consciente” debía ser el motor del hombre nuevo, opuesto al incentivo económico individualista como única fuente de motivación [3]. En esta línea, el socialismo no anula las diferencias, sino que las legitima en función del aporte social, y no de la propiedad.

II. Las revoluciones tecnológicas y la obsolescencia del paradigma del empleo
Con la irrupción de la cuarta revolución industrial, caracterizada por la inteligencia artificial, la robótica, el big data y la automatización generalizada de procesos, se abre un escenario de transformación radical en las relaciones de producción. La capacidad productiva de la humanidad ha alcanzado un punto tal que podría, en términos objetivos, garantizar las necesidades básicas de toda la población mundial. La producción de bienes y servicios no requiere ya de la misma intensidad de trabajo humano que en épocas anteriores, y cada vez más se plantea la obsolescencia del empleo como única fuente de ingreso [4].
Aquí emerge una paradoja fundamental: si la productividad crece gracias a tecnologías que minimizan el trabajo humano, ¿cómo se justifica que millones de personas estén desempleadas o vivan en la pobreza, mientras unos pocos concentran los frutos de ese incremento de productividad? La respuesta reside en la forma en que se apropian socialmente los frutos del progreso técnico. Mientras la propiedad de los algoritmos, las plataformas y las máquinas siga siendo privada, el excedente que estas generan continuará acumulándose en manos de una élite, profundizando la desigualdad [5].

III. Más allá del estatismo: mercado socializado y propiedad común del conocimiento
Esta situación no obliga necesariamente a regresar a un modelo estatista rígido o a un socialismo burocrático. Por el contrario, puede abrir el camino hacia una nueva síntesis entre planificación social y mecanismos de mercado, donde la lógica de acumulación privada sea reemplazada por una lógica de socialización de los frutos del progreso. Esto no significa abolir el mercado, sino reorientarlo. El mercado, como mecanismo de coordinación descentralizada, puede seguir cumpliendo funciones útiles en la asignación de recursos y la innovación, pero debe operar bajo reglas que prioricen el bienestar colectivo y no la rentabilidad privada [6]. Supuestamente este proceso experimental e históricamente esta sucediendo en China con el denominado "socialismo de mercado", por ejemplo.
Un ejemplo de esta orientación sería concebir a las plataformas tecnológicas no como empresas privadas que capturan solamente ganancias para sus propietarios, sino como bienes comunes digitales, gestionados democráticamente y cuyas rentas además de las privadas, puedan alimentar políticas públicas como la renta básica universal. En este sentido, autores como Paul Mason (2015) o Nick Srnicek (2016) han planteado la necesidad de socializar el conocimiento, los algoritmos y las infraestructuras digitales, como condición para un desarrollo verdaderamente democrático y sustentable [7].

IV. El socialismo como horizonte civilizatorio
El horizonte del socialismo, por tanto, se redefine a la luz de los desafíos contemporáneos. Ya no se trata sólo de la socialización de las fábricas y las tierras, sino también de socializar el saber, la tecnología y los datos, que son hoy los principales vectores de poder. El trabajo humano, aunque reducido en volumen, puede recuperar su centralidad en tanto que actividad creativa, colaborativa y orientada a elevar los niveles de existencia y las proyecciones de toda la sociedad. La distribución de la riqueza no debería basarse ya únicamente en el tiempo trabajado, sino en el derecho de toda persona a participar del patrimonio tecnológico y cultural acumulado por la humanidad.
En este marco, se puede pensar una economía socialista de mercado, donde existan empresas privadas, cooperativas y estatales que compitan bajo reglas que garanticen la equidad, la inclusión y la sostenibilidad. Se trataría de sustituir la competencia destructiva por una competencia por la eficiencia social, medida no por el beneficio privado exclusivamene, sino por la capacidad de satisfacer necesidades humanas reales.

Notas
[1] Marx, K. (1875). Crítica del Programa de Gotha.
[2] Gramsci, A. (1971). Cuadernos de la cárcel; Luxemburgo, R. (1913). La acumulación del capital.
[3] Guevara, E. (1965). El socialismo y el hombre en Cuba.
[4] Schwab, K. (2016). La cuarta revolución industrial. Debate.
[5] Srnicek, N. (2016). Capitalismo de plataformas. Caja Negra.
[6] Van Parijs, P. & Vanderborght, Y. (2017). Renta básica. Una propuesta radical para una sociedad libre y una economía sensata. Paidós.
[7] Mason, P. (2015). Postcapitalismo: Hacia un nuevo futuro. Penguin Random House.

ChatGPT. Consultado, revisado, ordenado, corregido en algunos puntos. EH. 05-09-2025