Alfredo Maneiro, un filósofo
Fue un filósofo. Alfredo Maneiro fue ante todo un autentico filósofo. No al estilo de los constructores de grandes sistemas interpretativos, aquellos quienes han pretendido abarcar el conocimiento de todo lo existente, reduciendo la actividad filosófica a un ejercicio meramente intelectual, sino definiendo un campo de estudio cuya razón es producir criterios, es decir, perfeccionándolos y adecuándolos para un fin determinado.
Esa fue la tarea que se impuso. Por eso, la clave, o al menos una de ellas, para encontrar las pistas de la vigencia de su pensamiento y de su propuesta está precisamente el considerar que la filosofía, a diferencia de la ciencia, trabaja en la dirección de producir un sistema de criterios en vez de uno de conocimientos.
Adentrándose en la polémica acerca del uso práctico de la filosofía, llegó a la conclusión según la cual el campo de utilidad de la misma es la de producir criterios políticos refinados, esto es, asumir la filosofía de la praxis “no sólo como supuesto, como fin y como objeto sino además, como conocimiento”.
Es por ello que Maneiro destaca que esta filosofía incluye el cálculo de su propia realización dentro de los términos de su reflexión.
En su obra Maquiavelo, política y filosofía reivindica el carácter de pionero que tuvo el florentino en el surgimiento de la filosofía política, pero, además, le permite concluir que si bien existe una rama de este pensamiento de corte evolutiva y conservadora, existe otra, de carácter revolucionaria cuando su tarea es dar origen a un nuevo Estado o modificar su precedente. Aunque señala que Maquiavelo enlaza ambas concepciones nos dice que en las condiciones que le tocó actuar, él asume la segunda.
Lo anteriormente expuesto explica el por que en Maneiro existe una plena coherencia, una fluida relación entre teoría y práctica. No hay campo para la retórica ni para la fraseología hueca, mucho menos para la especulación discursiva. Cuando asumió el proyecto de construir un instrumento político para transformar la sociedad lo hizo con coordenadas bien claras, absolutamente definidas. Sus pasos, tanto teóricos como prácticos, estaban milimétricamente elaborados. Hay quienes admiran su sagacidad y su genio para actuar y desenvolverse en las condiciones más adversas posibles, como efectivamente ocurrió, sin embargo, además de eso, nosotros subrayamos su carácter de visionario, de hombre con el talento y el talante adecuado para aportar una concepción del mundo que trascendiera su época.
Quien lea el libro NOTAS POLITICAS, sin ser un avisado cuadro político o sin tener referencias puntuales acerca de de la importancia del mismo, tendrá entre sus conclusiones que allí no hay lugar para la improvisación o el azar. Cada uno de sus escritos, sean ensayos, entrevistas, artículos de opinión o documentos, están en perfecta sintonía con los problemas o situaciones políticas a resolver.
Como ejemplos de lo anterior podemos tomar dos. En un primer caso, Notas Negativas, el subtítulo es elocuente en lo que afirmamos: “¿Por qué y para quiénes son estas notas?” Allí, Maneiro acotaba perfectamente cual era el sentido y los destinatarios de este ensayo, escrito en medio de la división del partido comunista y cuyo objeto era plantearse los problemas políticos y organizativos de ese entonces. El otro, fue el documento político Ante la situación nacional y el desconcierto de la izquierda, publicado el 02-06-1974, en el cual no sólo hace un diagnostico atinado del país, sino que desnuda la disminuida estatura de la izquierda de la época y propone una política como fue la reducción drástica de la producción petrolera.
Igualmente, de ambos textos, anteriormente precitados, podemos retomar algunas de las contribuciones políticas más importantes, tanto de la época que le tocó vivir, como para constatar su vigencia plena en la Venezuela de hoy.
La primera de ellas, en Notas Negativas, tiene que ver con la creación y desarrollo de la categoría: calidad revolucionaria. Decía Maneiro que cualquier organización política con no importa que ideología puede llegar a ser eficaz políticamente, es decir, alcanzar posiciones de gobierno o de poder. Sin embargo, ello no es una condición suficiente para calificar la calidad de un proyecto de cambio revolucionario, si se entiende como tal, la capacidad de los miembros de una organización para transformar realmente a la sociedad y a ellos mismos como sujetos del cambio.
Como quiera que, en su concepto, tal realización sólo podría ejecutarse desde una posición de gobierno, en su tiempo, la única vía era diferenciar con el análisis y el estudio de las organizaciones existentes las características no deseables para una organización revolucionaria. Y así lo hizo.
Criticó acerbamente aquellas organizaciones que se constituían en unos aparatos concebidos como un fin en sí mismos, convirtiendo el ejercicio de la militancia en una pesada obediencia burocrática, limitando severamente las capacidades creadoras de ella, a la vez que restringiendo su espíritu crítico. No se puede, señalaba, confundir obediencia con disciplina porque ello implica atrofiar el libre juego de las ideas y las opiniones en el seno de un colectivo o de una organización política determinada.
Una de ellas tiene que ver con la dirección política del proceso. Si alguna característica se ha manifestado en relación al tema de la dirección entre los actores revolucionarios en el proceso político venezolano, luego del golpe de estado del 11 de Abril, y en forma más patente, durante la segunda intentona, con el paro petrolero de 2002-2003, y en algunos otros eventos políticos subsiguientes, ha sido el de su incoherencia y dispersión.
Incoherencia y dispersión que se manifiestan en la inexistencia de una dirección unificada, colectiva, con unidad de propósitos y, sobre todo, con un programa político único. A éste proceso lo ha venido salvando el olfato político de parte de su dirigencia y la incuestionable presencia del liderazgo de Chávez, se ha necesitado mucho de lo anterior para superar o, al menos minimizar, el tremendo impacto de los golpes opositores.
De la misma manera se manifiesta una relación asimétrica y desigual entre los principales actores que fungen como rectores del proceso. En el cuadro general de la dirección encontramos: actores con mucha fuerza física y militar sin la pericia y la formación para el liderazgo político; con mucha fuerza social, influencia política en las bases sociales
en fin, múltiples variedades de roles y papeles por diferentes agentes del proceso que han derivado en un cuadro muy disperso para centralizar políticas.pero sin la visión estratégica del proceso; con clara visión política y fuerte formación pero sin arraigo social desarrollado; un liderazgo como el del Presidente Chávez con un enorme peso específico en la conducción del proceso pero con excesiva valoración personal de su papel en la dirección
Plantearse estos problemas supone la evaluación crítica de las organizaciones políticas que se asumen como dirección del proceso.
El debate es necesario, a éste proceso político le falta la confrontación sana de ideas en esta materia.
La otra tiene que ver con la gestión de gobierno, es decir, la calidad de ella.
Si el propio Presidente reclama persistentemente a sus funcionarios, tanto el marcado burocratismo como la ineficacia en el cumplimiento de los objetivos, ello debe ser motivo de gran preocupación entre todos aquellos quienes apostamos al futuro y a la consolidación de la revolución.
En relación al segundo documento al cual hicimos referencia: Ante la situación nacional y el desconcierto de la izquierda, sólo queremos acotar lo siguiente. Si en aquella oportunidad Maneiro retrató al país, resaltó su condición petrolera y, sobre todo,la evaluación de la calidad de gestión del gobierno es primera prioridad. Honraremos con ello la herencia política de Maneiro.
vaticinó la debacle económica, política y moral de la república como consecuencia de la bonanza petrolera, alertándonos acerca del espejismo que representaba la riqueza fácil,
Sería largo inventariar la obra completa de Maneiro. Una temática rica y compleja para el desarrollo de la filosofía política. Sería más bien materia para un estudio de unas proporciones distintas a un prólogo, sin embargo, hay que señalar que toda ella, vista en su conjunto, ofrece al estudioso de los procesos políticos de la Venezuela contemporánea una herramienta de primer orden. De igual manera, es una propuesta metodológica para afinar el ejercicio de la política y la elaboración teórica de la misma y, a la vez,también lo es el que los peligros del envilecimiento del proceso están al acecho, vale aquí el “ojo pelao”.
Sobran las razones para una reedición de esta obra que prologamos, pero hay una que resalta sobremanera: salvo excepciones, hay escasa producción y elaboración de obras teóricas y políticas que estén a la altura de los grandes desafíos de hoy, el ensayo permanente de la relación entre teoría y práctica, valga decir, el desarrollo de una filosofía de la praxis. Es decir, la continuidad de la obra de Maneiro. Puede interpretarse esta edición como una invitación para hacerlo.un aporte que ha enriquecido su patrimonio mundial.
Fue Maneiro un filósofo que pensaba y actuaba a la vez, sin disociar pensamiento y acción. Organizaba juegos con pelotas de goma en Catia; se reunía con los obreros siderúrgicos; buscaba con lupa a algún intelectual que pudiera servir de interlocutor con los sectores populares; viajaba a Maracay para conocer al entonces subteniente Hugo Chávez; criticaba la escasa estatura moral y política de la izquierda; escribía y elaboraba teoría política y filosófica; estudiaba el legado de Maquiavelo; buscó el centro político con Jorge Olavaria; deslindó con el modelo soviético. Estas, entre tantas otras actividades de su vida, estaban orientadas a un fin: construir una organización para transformar la sociedad. En esa tarea lo sorprendió la muerte.
Wladimir Ruiz Tirado
Febrero 2006
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